jueves, 8 de octubre de 2009

La transferencia del poder

El 19 de diciembre de 1975 fueron leídos por Secretaría dos proyectos de resolución presentados ante la Presidencia de la Cámara de Diputados, ejercida por Sanchez Toranzo. El primero de ellos llevaba las firmas de José Carmelo Amerise, Antonio A. Tróccoli, Leopoldo Suárez y de otros quince diputados más.Mediante ese proyecto se expresaba un "categórico repudio al intento golpista"; y se exhortaba a "todos los sectores de la República a proceder con serenidad y prudencia en resguardo de la paz social".El segundo proyecto de resolución llevaba las firmas de Francisco J. Moyano, Ricardo Ramón Balestra y de otros ocho diputados nacionales. Se expresaba una "clara posición de defensa y sostenimiento de la Constitución y leyes de la Nación, como asimismo y muy especialmente de los mecanismos constitucionales previstos para asegurar la plena vigencia del orden democrático en el marco fundamental de la moral republicana y la paz social". Se condenaba "todo intento de alteración violenta de la Constitución provenga de donde proviniere, con la finalidad de subvertir el orden republicano y democrático".Se pedía, también, serenidad y prudencia, a todos los sectores de la Nación.El artículo 5º de este segundo proyecto, además decía: "Reafirmando esta voluntad de defender el orden constitucional y la moral pública, presentaremos el pedido de juicio político a la Presidente de la Nación".Se vota y aprueba el proyecto leído en primer término. Luego hace uso de la palabra el diputado Amerise, destacando la presencia de la barra que ocupaba las galerías “interesándose por los destinos del país”. Puestos de pie los diputados y los presentes, entonamos el Himno Nacional.
Ese día, a las 21:30hs, se le cedía el poder a las Fuerzas Armadas –que dejaron pasar el verano para después asumir, formalmente, la conducción del país-.
¿Se había votado, bajo presión de la barra, el proyecto equivocado?
Recuerdo que estaba en la galería del segundo piso; a mi lado se encontraban dos mujeres, una joven –tan joven como yo- y la otra una señora mayor que, después de cantar el himno, nos dijo: -“Le terminan de entregar el gobierno a los milicos; se viene el golpe”. Yo no la conocía, no contesté nada, me retiré en silencio.
Meses después, al recordar ese episodio, me dí cuenta de que yo tampoco había entendido lo que había sucedido ese 19 de diciembre. Me pasó lo mismo que a Leonardo Favio, aquel 20 de junio, en Ezeiza –no estabamos atentos-. El cineasta no habría entendido bien aquel inicio, y yo no había entendido bien aquel final. Con las firmas de Tróccoli y de Suárez, queda claro que los radicales no quicieron hacerse cargo. Los radicales no quisieron asumir la responsabiidad histórica de impedir la interrupción del proceso democrático a pesar de haber advertido, ellos mismos, que este golpe sería distinto; a pesar de haber anunciado en el mes de agosto que, de producirse un golpe, vendría para el país un “baño de sangre”. Los radicales no hicieron nada eficiente para evitar que se cumpliera “la profecía del dolor”.
El radicalismo optó entonces, como lo haría veinticinco años después, por las hélices horizontales que usa para ascender o descender; optó por el helicóptero que le puso fin al gobierno de Isabel, cuando despegó el 24 de marzo del ´76.
Con aquella decisión, peronistas y radicales abrieron “las puertas de las calamidades” y, detrás de ellas, ya se preparaba “el escarmiento”.

El 24 de marzo de 1976 se reúnen en el comando General del Ejercito, el Teniente General Jorge Rafael Videla, el Almirante Emilio Eduardo Massera y el Brigadier General Orlando Ramón Agosti, quienes “proceden a hacerse cargo del Gobierno de la República”. Resuelven constituir la Junta Militar con los Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas; declaran caducos los mandatos “del Presidente” de la Nación, de los Gobernadores y Vicegobernadores.
La junta asume el poder político y determina disolver el Congreso Nacional y las Legislaturas Provinciales; asimismo decide remover a los miembros de la Corte Suprema, al Procurador General de la Nación, como así también a los integrantes de los tribunales superiores de las provincias.
Los comandantes ordenan suspender la actividad de los partidos políticos y de los gremios.

Ese mismo día, Videla, Massera y Agosti firman el “Acta fijando el propósito y los objetivos básicos del proceso de reorganización Nacional”. hablaban de “restituir los valores esenciales”,... del “sentido de moralidad, idoneidad y eficiencia”, ...de “erradicar la subversión”, de “promover el desarrollo económico de la vida nacional basado en el equilibrio y participación responsable de los distintos sectores a fin de asegurar la posterior instauración de una democracia republicana, representativa y federal...”.
La Junta Militar señalaba, entre otras, la finalidad de dar prioridad al “interés nacional”, ubicándolo por encima de cualquier sectarismo, tendencia o personalismo”.
Se hacía hincapié en la necesidad de mantener la “Vigencia de los Valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino”. Importaba ”la seguridad nacional”; la “situación socio-económica”, el “bienestar general”, el “sistema educativo”, “el capital y el trabajo” y la “ubicación internacional en el mundo occidental y cristiano...”- esto fue una síntesis de lo esgrimido -.

La Junta dió a conocer, además, el denominado “Estatuto para el proceso de reorganización nacional”, mediante el cual creaba una Comisión de Asesoramiento Legislativo, integrada por nueve oficiales superiores; tres por cada una de las Fuerzas.
Sería entonces la C.A.L. el organismo con facultades legislativas, que intervendría, en lugar del Congreso, en la formación y sanción de las leyes. Cuesta entender que aquel resultado electoral del 73, sin precedentes, no fuera de entidad suficiente a los efectos de garantizar una acción legislativa exitosa.
En lo que se refiere al estado de sitio, se terminó la anterior polémica sobre su origen y alcances. Los Comandantes se pronunciaron rápidamente; suspendieron de inmediato el derecho de opción para salir fuera del territorio nacional.
El otro gran tema no resuelto en democracia, el de las provincias intervenidas, también quedó, obviamente, fuera de toda discusión; cesaron en sus funciones aquellos interventores federales.

Ya no había nada que debatir. El consenso era tan irrelevante como el disenso. Los acuerdos de los partidos políticos en relación con asuntos de interés común, ya no interesaban, se había perdido la idea de unidad nacional; se había perdido la oportunidad histórica de la conciliación y por ende, se había perdido el objetivo.

Perón dijo a su arribo: Llego casi descarnado; nada puede perturbar mi espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones, como no sea la que animó toda mi vida: servir lealmente a la patria.
Sólo pido de los argentinos que tengan fe en el gobierno justicialista, porquew ese ha de ser el punto de partida para la larga marcha que iniciamos.
Tal vez la iniciación de nuestra acción pueda parecer indecisa o imprecisa, pero hay que tener en cuenta las circunstancias enlas que la iniciamos. La situación del país es de tal gravedad, que nadie puede pensar en una construcción en la que no deba participar y colaborar. Este problema, como ya lo he dicho muchas veces, olo qrreglamos entre todos los argentinos o no lo arregla nadie.
Pro eso deseo hacer un llamado a todos, al fin y al cabo hermanos, paa que comencemos a ponernos de acuerdo”
Poco tiempo después deciá: “Existen, sin duda,
Factores negativops que provocan consecuencias a cuyas causas hay que ponerles remedio. Pero ocurren también hechos que sólo obedecen a causas provocadas o invocadas al servicio de una campaña psicológica con fines inconfesables, desarrollados ante la indiferencia de unos y la desaprención de otros y que provocan un estado de cosas que, si bien tioenen un objetivo bastardo, no por ello dejan de perjudicar la confianza popular y la firme decisión que el país debe tener en la reconstrucción y liberaciópn en que estamos empeñados.
Así podríamos estar acercándonos a una lucha cruenta que algunos insensatos intentan provocar en tanto el gobierno se esfuerza por evitarla”.

Desde su regreso a la Argentina, Perón estaba atento y alarmado por el accionar permanente de quienes esperaban el fracaso del sistema democrático y especulaban, una y otra vez, con la aparición de eventuales hechos que hicieran posible una renovada aventura reaccionaria.
Perón sabía que debía erradicar la violencia organizada.
Él solo no podía luchar con el extremismo; ya en 1974 debió implementarse un mecanismo de represión, parecía inevitable. Tenía que enfrentar también a grupos que antes habían colaborado con él, y que habían hecho, en su oportunidad, un valioso aporte en favor de su retorno.
La importancia que el General Perón le dio a la juventud fue directamente proporcional a la preocupación que ésta le generaba por la disputa de una cuota de poder dentro de un movimiento integrado por sectores.
Perón temía que aquella juventud fuera usada por supuestos líderes que hablaban de revolución, vendiendo falsas consignas, que podían significar mandar a morir a una generación entera. Él pretendía una revolución en paz, pero muchos jóvenes no entendían ni aceptaban aquella idea de revolución sin sangre; estaban guiados por nuevos dirigentes.
Es posible que esos jóvenes, usados o no, ignorasen entonces que los sangrientos ríos que iban a correr, llevarían su propia sangre y la de tantos otros inocentes.
El peronismo solo, no podía solucionar una problemática social tan compleja que lo superaba, lo excedía, lo sobrepasaba; y para colmo de males, aquella juventud tan politizada y organizada, se mostraba como nunca antes, ansiosa e impaciente, ya no pedía cambios, los demandaba imperiosamente y por la fuerza. Frente a tanta exigencia, el movimiento terminó por dividirse.
A mediados del 74 el enfrentamiento, entre los distintos grupos en pugna por la herencia política, ya era evidente, y la violencia se habría convertido en el único instrumento capaz de resolver las discrepancias internas.
Una vez fracturado el movimiento, quedaron de un lado los peronistas de siempre, “la ortodoxia”; y del otro, los que gritaban vivamente por “la patria socialista”. Perón quedó en el medio, sirviendo de equilibrio mientras pudo; siempre consciente y convencido de sus límites; él sólo no podía contra la adversidad y él más que nadie, lo sabía.Su interés en la conciliación se advierte, primero, con “la Hora del Pueblo” y, luego, por el diálogo que impulsó y mantuvo con la minoría, intentando la unidad nacional, desde su regreso y hasta la muerte.

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