domingo, 23 de agosto de 2009

El bastón del dictador

Con relación a la crisis moral, Balestra decía que la misma se manifestaba en diferentes aspectos; uno sería la subversión, a la que primero se alentó. Otro aspecto de la crisis moral estaría dado por un fuerte enfrentamiento por detentar el poder que, según este diputado, se advertía en una lucha sin límites entre grupos antagónicos del mismo movimiento que ejercía el gobierno. Además sostenía que la crisis de origen moral golpeaba en lo político provocando anarquía, también en lo económico, provocando inflación y recesión, y en lo social con la subversión permanente. Todo esto gravitaba en la composición de la sociedad, empobreciendo a la clase media y empujando al caos y a la anarquía con fines inconfesables –decía Balestra-.


Insúa planteaba que el estado de sitio era una medida que se mantenía como herramienta utilizada para la persecución ideológica y para detener y encarcelar personas no involucradas con la subversión, ciudadanos a quienes, sin proceso, se los mantenía presos, desconociendo las órdenes de libertad firmadas por Jueces de la Nación. Hablaba claramente de los excesos, y pedía que el Ejecutivo hiciera todo lo necesario para evitar injusticias.

Insúa hacía referencia a la protesta de instituciones, organizaciones, partidos políticos y familiares, requiriendo la libertad de centenares de presos políticos. También hablaba del régimen inhumano al que eran sometidos, generalmente por persecución ideológica y reclamaba hacer efectivo el derecho de opción de los detenidos para poder salir del país.


Desde la oposición se le reprochaba al gobierno la aplicación abusiva del estado de sitio que, en algunos casos, como en el del ex senador uruguayo Enrique Erro, implicaba la violación de convenciones internacionales y que, en lo interno, significaba la detención de ciudadanos a los que no se les conocía ninguna actividad que pudiera alterar la paz interior de la República.

Se pretendía conocer cuales eran los mecanismos de decisión por los que atravesaba el dictado de cada decreto que ponía a disposición del Poder Ejecutivo a particulares, y cuál era el control que se llevaba sobre la razonabilidad de esas medidas.


Valenzuela consideraba que cuando el Poder Ejecutivo pedía confianza a los argentinos, frase reiterada en todos los ámbitos oficiales, significaba que ella no estaba presente, y por tal motivo se imponía recuperarla, generarla con hechos concretos. Decía que en las provincias en general, salvo excepciones, no había dialogo político, y señalaba que se estaba dando un éxodo de jóvenes por falta de fuentes de trabajo. En tal sentido le preocupaba que dicho éxodo fuera, en parte, destinado al reclutamiento de organizaciones subversivas.

Desde el Movimiento Línea Popular se expresaba que la convivencia política inaugurada en 1973 era inédita en la República Argentina, y que el apoyo concreto realizado por los diferentes sectores para ayudar al gobierno a lograr el mayor éxito, no registraba antecedentes históricos. Pero entones quedaba claro que dicha convivencia política resultaba insuficiente. Así le aparecían las preguntas a Ferreyra, ¿qué pasó? y ¿por qué estábamos ante semejante fracaso, no habiendo perdido guerra alguna? ¿por qué?, si no habíamos sufrido un cataclismo, ni afrontábamos una guerra civil. Dijo entonces, a modo de respuesta, que hacía más de cuarenta años que, en diferentes aspectos, estábamos aferrados a una etapa y a una estructura que, debiendo haber sido superadas, permanecíamos en ellas sin atrevernos a parir el cambio necesario que imponía la realidad del país.

Monsalve le preguntaba al doctor Benítez, si consideraba factible recuperar la confianza frente a insistentes versiones "sobre el surgimiento de fortunas colosales de la noche a la mañana, cuyos titulares tenían alguna vinculación más o menos cercana con esferas gubernativas?"

Los observadores político-económicos señalaban que algún grupo financiero se dedicaba a adquirir enormes cantidades de las más diversas mercaderías, justo antes del shock provocado por los conductores de la economía, llegando a triplicar las inversiones.

Monsalve advertía que no podía infundirse confianza al pueblo, cuando se lo convocaba primero, para anunciarle medidas favorables relacionadas con su salario, y luego, un día después, se lo reunía para informarle lo contrario.

Acevedo destacaba una profunda ansiedad y angustia y una ausencia de fe; decía entonces que ello daba un resultado absolutamente negativo para cada ciudadano y, desde luego, para el país. Por todo ello alertaba que el hecho de no saber a qué atenerse era el signo de aquellos tiempos. Analizaba el rol del Estado frente a la inseguridad y reclamaba el cumplimiento de su fundamental función, que se expresaba era, garantizar la seguridad, la vida y la integridad personal de cada componente de la comunidad. Decía que si el principal requerimiento que justifica la existencia del Estado no puede ser satisfecho, ¿qué otra cosa se le podía pedir al Gobierno?


Jesús Mira denunciaba públicamente que la represión crecía, a medida que aumentaba el desfasaje entre los salarios y los precios liberados. Por otra parte aseguraba que las medidas tomadas para realizar la persecución de los sectores de ultraizquierda, no eran las mismas que se ejercían en relación al terrorismo de ultraderecha, cuando la “Triple A” –decía- ya había cometido más de quinientos crímenes.

Mira quería saber cuantos eran los presos políticos que se encontraban a disposición del P.E.N. y sin proceso; consideraba que serían entre mil setecientos y dos mil, pero requería conocer la cantidad exacta. Agregaba que la aplicación del estado de sitio, había dado lugar a tantas arbitrariedades, por lo que invitaba al Ejecutivo a considerar la posibilidad de levantar esa medida extrema. Solicitaba formalmente conocer qué tipo de investigaciones había encarado el gobierno, orientadas a descubrir cuanto fuera necesario en relación con el accionar de "las tres A", y preguntaba si algún miembro de esa organización había sido detenido. El primer atentado que se le adjudica a esta agrupación de extrema derecha lo realiza contra el Senador Nacional Hipólito Solari Yrigoyen, quien resulta herido por un explosivo colocado en su automóvil en octubre de 1973. Unos meses después, en mayo de 1974, asesinan al sacerdote Carlos Mugica, éste encabezaría la lista de cadáveres adjudicados a la “Triple A”.

A renglón seguido, el 31 de julio de ese mismo año, la organización le quita la vida al diputado peronista de izquierda Rodolfo David Ortega Peña, quien se había incorporado a la Cámara recién el 13 de marzo del `74 para cubrir una de las vacantes producidas el día 6 de febrero, fecha en las que renuncian a sus bancas ocho diputados nacionales, entre ellos, Carlos Kunkel, referente político del entonces estudiante de derecho Néstor Kirchner, un jóven prometedor de veinticuatro añosde dad.

A Ortega Peña lo reemplaza Bernardo Montenegro.


Sandler volvía a hacer hincapié en la ausencia del general Perón y de su carisma. Afirmaba que en 1973 había votado el noventa por ciento de la población y se llegó a la Presidencia de la Nación con más del sesenta por ciento de los votos.

Sandler manifestaba su impresión sobre la violencia que se había ido generando paulatinamente y sobre el particular decía: "cada argentino democrático trae inconscientemente en su mochila el bastón de dictador”. Advertía que se estaba generando toda suerte de autoritarismos, cuya fuente principal se encontraba en el orden jurídico estatal. Por ello pensaba que la consistencia final podía terminar en un tremendo y desgraciado despotismo. Despotismo que no lograría una sociedad de hombres libres ni socialmente justa, pero que pretendería, al menos, conseguir la seguridad que toda sociedad necesita. Ese efecto sería inevitable de mantenerse la situación descripta.

Sandler además advertía que la violencia, como realidad indiscutible, también podía "venir acompañada por un fenómeno mitológico de la violencia subversiva". Y agregaba que en eso no se podían engañar los responsables del poder político, los legisladores. Esa violencia debía ser analizada; pero señalaba la posibilidad de caer en el error de considerar violencia subversiva el solo deseo de cambiar el estado de cosas imperante.

Vinculaba el tema de la violencia con el de la penetración extranjera y aparecían los interrogantes: ¿la penetración extranjera sólo operaba a nivel del orden económico?, ¿o también podía operar penetrando en otros órdenes de la sociedad?, ¿podía haber una penetración extranjera dentro de las fuerzas de seguridad? "Uno debe pensar hasta dónde nuestras propias estructuras estatales no han sido objeto de esa penetración".


En otro orden de cosas, se mencionaba que una vez analizado el plan Rodrigo, resultaba obvio que su aplicación exigiría poner en marcha el aparato represivo. La movilización sindical había impedido su puesta en práctica.


Tanto a Marino como a Sandler les preocupaba que el reglamento de máxima peligrosidad dictado por la dictadura militar, y que fuera derogado por ley del Congreso en mayo del '73, se estuviera aplicando en la prisión de Rawson y también en Sierra Chica.

Cuando Carlos Kunkel renuncia a la banca, también lo hacen Armando Croatto, Santiago Díaz Ortiz, Jorge Glellel, Diego Muñiz Barreto, Roberto Vidaña, Rodolfo Oscar Vittar y Anibal Iturrieta; este último había dicho cuatro meses antes de decidir renunciar junto a los otros siete diputados, entre otras cosas, lo siguiente: “Nos equivocaríamos si pensáramos que hemos arribado a la paz. La paz se da cuando la guerra finaliza, y ésta sólo concluirá cuando hayamos liquidado a las oligarquías vendepatrias y a quienes se constituyen en sus aliados. Si estas fuerzas sociales reaccionarias permiten o no el desarrollo de las tareas de reconstrucción y liberación, de ello dependerá nuestro destino de paz o de violencia”.


Todo parecería indicar que los diputados vinculados a Montoneros, asumían que esa organización estaba en “guerra” contra las “oligarquías nativas” y sus aliados. Así lo hacían saber.

martes, 18 de agosto de 2009

En el filo de la desesperanza

El Poder Ejecutivo finalmente dispuso el estado de sitio en todo el territorio del país; aquel decreto invocaba el accionar subversivo y así fundamentaba la determinación extrema. Fue dictado el 6 de noviembre del '74; en sus considerandos sostenía que no obstante y a pesar de las reiteradas expresiones de repudio y recomendaciones efectuadas por "las instituciones y sectores políticos, religiosos, económicos y sociales"; la situación se había agravado por los hechos de subversión y por las nuevas amenazas dirigidas contra niños en edad escolar. Se consideraba entonces la necesidad y el deber de "erradicar expresiones de una barbarie patológica".

Este decreto lo firma la Presidente de la Nación, María Estela Martínez de Perón, en acuerdo de ministros –Savino, Ivanissevich, López Rega, Gómez Morales y Rocamora.

Esto ocurría un mes después de entrar en vigencia la ley 20.840, sobre delitos contra el orden institucional y la paz social.



El 14 de febrero de 1975 cayó ultimado el diputado nacional Hipólito Acuña. El brutal atentado contra aquel legislador dio lugar al homenaje que le rindiera la Cámara en mayo del '75. Era secretario gremial en la Provincia de Santa Fe; integraba la Comisión de Agricultura y Ganadería de la Cámara de Diputados y era también miembro de la Comisión Investigadora sobre Producción, Industrialización y Comercialización de la Carne.

En aquella oportunidad, desde el bloque Justicialista se expresaba: “…la oligarquía todavía no está convencida de que en el país ha llegado, con el movimiento obrero a la Cámara de Diputados, la liberación que el pueblo quiere y que desean los componentes de todos los partidos que están compenetrados de nuestra misma causa”.

Tres décadas más tarde, la Cámara vota a favor de “las retenciones” pero el Senado de la Nación dice que no.



El 31 de julio del 75 a las cuatro y media de la tarde, en la Cámara de Diputados, comenzaba a informar el ministro del Interior, Dr. Antonio J. Benítez, sobre la situación institucional y política del país.

Luego de una serie de consideraciones expresadas por el titular de esa cartera, se dio inicio a las exposiciones de los diputados anotados para hacer uso de la palabra y para formular preguntas.

En aquella oportunidad se analizó en profundidad el nuevo proceso de institucionalización, y se marcó un antes y un después del primero de julio de 1974, día del fallecimiento del Teniente General Perón. Se dijo que antes de esa fecha "el dialogo político fue fluido, fácil y eficaz", pero después "el dialogo político se fue extinguiendo, y aunque en apariencia se mantuvo, no hubo eficacia, resultados concretos ni logros demostrativos de la misma aptitud para la preservación de este importante instrumento de la política argentina".

Antonio Tróccoli dijo además esa tarde que inclusive la Iglesia se había visto "sometida a situaciones equívocas en más de una ceremonia"... y que nadie ignoraba que algún importante obispo y varios sacerdotes ya habían sido amenazados.

Se cuestionó la política universitaria, la política internacional, y la económica, así como también el manejo de los medios de difusión, de la administración pública, del aparato administrativo y de los instrumentos políticos. Se marcaba, ante el ministro y desde la oposición, el avance del deterioro en las diferentes áreas.

Se reclamaba recuperar y poner en práctica aquellos presupuestos básicos para llegar a conseguir la reconstrucción nacional: "sumar y no dividir; incorporar y no excluir; convocar a un esfuerzo común a todos los argentinos para cosas trascendentes, dejando lo anecdótico y lo secundario para otra circunstancia; afirmar la participación de todos, para que por medio de espacios políticos adecuados exista un cometido que domine este objetivo fundamental y condicionante de la reconstrucción".

Se advertía, se decía con toda claridad que el gobierno ya no tenía "la autoridad carismática que poseía el presidente fallecido", era algo para tener en cuenta.



Se le preguntaba al señor ministro ¿qué pasaba en la Argentina con las organizaciones terroristas? ¿qué pasaba con el E.R.P. y con los Montoneros?

Moyano preguntaba concretamente, ¿qué grado de infiltración existía en el Poder Ejecutivo, en el Gobierno Nacional, por parte de esas organizaciones? y ¿cuál era la actividad de la contraguerrilla, cuál era la actuación de organizaciones de represión terrorista que actuaban al margen, en muchos casos, de los controles policiales?; agregaba que tanto unas como otras generaban crímenes aberrantes secuestros y pedidos de rescate.

“¿Cómo es posible que hayamos visto publicada en un periódico la conferencia de prensa dada por el presunto jefe de una organización clandestina?”

Moyano quería saber qué pasó con el rescate que aseguró haber percibido la organización guerrillera, que se jactó que representaba, la suma recibida, un tercio del presupuesto anual de las Fuerzas Armadas argentinas ¿qué pasó con el asalto a la fábrica Halcón, de armamentos?; aseguraba que además de dinero, se llevaron armas que luego usarían contra el país. Se llevaron más de cien ametralladoras, ciento cincuenta fusiles y cantidad de material bélico. Moyano planteaba que se habían realizado cientos de asaltos contra comisarías y unidades del Ejército, y que la repercusión que tenía la guerrilla con su accionar era gravísima, con respecto al sector de la economía, y agregaba que se estaba al borde del precipicio. Preguntaba por el secuestro de los hermanos Born; el doctor Benítez contestó que, los señores Born, en ningún momento denunciaron su secuestro, ni facilitaron la investigación. La familia Born prefirió pagar varios millones de dólares.

Se le planteaba al ministro la situación de las provincias intervenidas; el problema de las economías regionales.

Se le reclamaba con insistencia que se convocase a elecciones en los distritos intervenidos.

Preocupaba el tema de los secuestros; algunos diputados consideraban importante encontrar a los autores. Advertían además que por el monto de los rescates y por los arreglos privados celebrados en la clandestinidad para liberar a los secuestrados, se imponía la necesidad de establecer medidas relacionadas con la eventual y consiguiente salida de divisas de nuestro país.

Alarmaba el clima en que se encontraba la República a nivel económico; se calificaba tal situación como estado de anarquía y paralización.

Lorences destacaba la grave crisis que conmovía a la República, y entonces decía que la presencia, de alguna manera, podría significar un cambio en la actitud antes adoptada por sectores del gobierno que habían elegido el aislamiento y, desde la soledad, habían ejecutado una "política suicida" que estaba padeciendo el pueblo.

Decía que era necesario "destruir la mentalidad retrógrada" de aquellos que creían que el área de poder que se les había confiado, fuera una especie de "feudo propio", manejable a su arbitrio.

Lorences recordaba que el General Perón habría dejado bien establecido el riesgo que implicaba, a su juicio, confundir el aparato del Estado con el partido político que ejerciera la conducción del gobierno. Sostenía que esa sabia reflexión del ex presidente no había sido tenida en cuenta, y deploraba que el Estado, para resguardar el orden, hiciera uso de los mismos métodos utilizados por las organizaciones clandestinas. El pueblo –decía- no podría advertir la diferencia entre ambas fuerzas y ambas serían igualmente, ante la opinión pública, indignas de respeto. Dentro de este clima, se cuestionaba el enriquecimiento ilícito de funcionarios.



Se decía que la crisis económica no tenía precedentes y que lo político afectaba en lo económico y en lo social; y se le preguntaba al ministro si él creía que el incumplimiento del programa votado, para la gestión de gobierno, en 1973, tenía relación con el estado de crisis interna del peronismo, que a su vez repercutía, en todos los ámbitos del país.

En ese orden de cosas, Cárdenas afirmaba que una crisis política no nace nunca por generación espontánea.

Habría entonces, elementos visibles y otros ocultos que la habrían generado.

El país vio alejarse de su territorio a un hombre considerado "nefasto". Según Cárdenas se imponía una pregunta ¿tuvo ese hombre toda la culpa de todos los males?, si la repuesta es por el sí, las instituciones y todos los políticos evidenciarían una extrema debilidad frente a tales aventuras. Pero si la respuesta es por el no, habría que hacer una autocrítica, buscando la cuota de responsabilidad que debería asumir cada sector.

Se dijo en aquella reunión que "en las trágicas plazas del medioevo, las gentes quemaban a los brujos creyéndolos culpables de todos sus males"; y Cárdenas agregaba que, si López Rega cometió delitos, debía pronunciarse la Justicia en tal sentido.

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Habían sido secuestrados en la ciudad de Tucumán, el 8 de julio del '75, un periodista francés y su compañera; Maurice Jeger –o Jaeger- trabajaba en el diario "La Gaceta". Se le pedía al ministro del Interior que se interesara en la búsqueda del ciudadano francés y de Cristina González.

Analizando la cuestión de la salud de la señora Presidente de la República; se recomendaba... "ahuyentar a los cuervos agoreros que por una rara virtud transformista aparecen no sólo como críticos de ocasión y analistas por encargo, sino también como consejeros paternales a quienes nadie pidió consejo". Y, entre otras cosas, Juan Carlos Cárdenas advertía: "mientras ciña su banda y empuñe su bastón por mandato de casi ocho millones de argentinos, tenemos que apoyarla y respetarla, aún criticándola, aún señalándole errores, porque en su escueta figura están resumidas las instituciones de la República..."

..."si alguien cree que Isabel no está en condiciones de gobernar, que plantee formalmente la cuestión y no ande detrás de las puertas alentando a algún desprevenido. Lo demás es chisme de desocupados, especulación menuda, vergonzoso ejercicio del rumor que va desde el cuento grosero del hortera, hasta las exquisiteces literarias de ciertos analistas que todos conocemos”. En otro orden de ideas el diputado insistía, una y otra vez, en que el mejor antídoto contra el veneno de la guerrilla era la justicia social, y él decía, que no había sido lograda.



Por otra parte, desde el Partido Federal expresaban “... queríamos y queremos defender un orden constitucional en serio. Porque no queremos que desde el institucionalismo se haga, como más de una vez se ha hecho en el país, un culto a la hipocresía".

Preocupaba el nivel de desprestigio internacional en que –según Fernández Gil-, había caído la Argentina; hablaba del problema de la deuda externa, pretendía conocer el verdadero análisis y pensamiento del gobierno en la materia. Este mismo diputado destacaba el valor de las reservas humanas, factibles de movilizar mediante un "poder moral de convocatoria, poniendo en marcha una genuina audacia creadora".

Francisco Manrique, en su calidad de presidente del Partido Federal, enviaba una carta a la señora Presidente de la Nación, María Estela Martínez de Perón, en la que expresaba, entre otras cosas: "Van ya casi treinta días que el país está paralizado, enredado en sus penas e inquietudes, sin producción suficiente y consumiendo sus entrañas. Sin embargo, gente sana de toda condición social, de todos los rincones de esta patria, que mereció mejor suerte, la mira a usted, señora presidente, heredera de responsabilidades, esperando la adopción de actitudes positivas que nos pongan en marcha hacia la fe perdida" (...) "Levante entonces su vista, señora presidente, atraviese el cerco de mediocridades e intereses que la rodean, cierre sus oídos a las mezquindades y advierta que esta Argentina, que quizás usted no conoce en profundidad, espera, ya en el filo de la desesperanza, que la autoridad presidencial se recupere con actitudes claras y coherentes en función del país y no de un enloquecido e inoperante afán de perdurar".

viernes, 7 de agosto de 2009

“¡¡¡Ojalá que no nos duela en nuestros hijos!!!”

Importaba analizar en el Congreso el tema de la represión de actividades subversivas, en el marco de un verdadero estado de angustia y de interrogantes de todo el pueblo.

La Presidente de la Nación, en su mensaje al Parlamento al enviar el proyecto de ley de reforma al Código Penal, se refería al repudio a la violencia de cualquier origen y a la necesidad de fortalecer la unión nacional. El Poder Ejecutivo reclamaba el tratamiento urgente de ese proyecto; se denunciaba que había grupos realizando una sutil y sostenida campaña de proselitismo y adoctrinamiento.

En esa oportunidad Tróccoli destacaba que efectivamente el país estaba transitando por un momento difícil, decía que era víctima de una complicada estrategia de subversión que, desde la extrema izquierda y desde la extrema derecha, en una suerte de coincidencia tácita, se estaba tratando de abatir al sistema constitucional.

Tula Durán dudaba que realmente el proyecto del Ejecutivo fuera un remedio eficaz para la subversión.

Tróccoli argumentaba que aquella iniciativa no tocaba el fondo de la cuestión y que, por el contrario, se entraría en un sendero que podría coartar otras libertades que no tenían nada que ver con las vertientes subversivas.

El proyecto de ley antisubversiva enviado al Parlamento por el P.E.N. ya había sido aprobado por el Senado.

Porto consideraba que era necesario convertirlo en ley para erradicar la acción subversiva que se había propuesto afectar la seguridad interior de la República, crear el caos, subvertir las instituciones políticas, sociales y económicas; señalaba que el código vigente al tiempo del debate, sus figuras delictivas y sus correspondientes penas, eran manifiestamente insuficientes para preservar el orden institucional y la paz social.


Porto recordaba, en el recinto, la toma de comisarías y el asalto a cuarteles de las fuerzas armadas; recordaba los asesinatos con premeditación, con alevosía, con ensañamiento, por placer, para preparar, facilitar o consumar otros delitos; recordaba también las bombas, los secuestros, el pedido de rescates; planteaba con preocupación el imperio de la “ley de la selva” y consideraba que la voluntad general ya no era la obediencia. Algunos ya se preguntaban si la potestad otorgada al poder central se había dado a una autoridad que ya no regía, que aparentemente ya no era obedecida. ¿Qué pasaba con la voluntad general?, ¿tenía, o no tenía vigencia? frente a la voluntad de sectores minoritarios que se burlaban del pueblo y de la ley, de la Constitución, pretendiendo atentar contra las instituciones y acabar con la paz social.

Una y otra vez se calificaba a esa violencia, era “subversión y guerra” y ya muchos se negaban a permanecer cruzados de brazos, sin tomar rápidas medidas, frente a la alevosía, al ensañamiento, al homicidio por precio, a las sevicias graves, a las torturas, a los impulsos de perversidad brutal. Sostenían que no hacer nada frente a todo eso los haría cómplices de los que apuntaban al pecho de la democracia con una metralleta.

En aquel Congreso se aseguraba, cada vez con mayor fuerza, que estábamos frente a verdaderas organizaciones armadas, con mucho dinero, con uniformes, con muchas armas y que estaban atentando contra el orden institucional y contra la paz social. Proponían desde el oficialismo endurecer la legislación en materia penal para empezar, desde sus orígenes, a terminar, de una vez por todas -decían- , con la guerrilla y con la subversión que, según Porto, atentaban contra los derechos del pueblo y contra su soberanía.

Pero, desde la oposición, Day sostenía que el proyecto del Ejecutivo nada tenía que ver con la guerrilla, y desestimaba la idea de resolver el problema poniendo en marcha el aparato represivo o aumentando las penas, dejando a un lado los aspectos previos y preventivos, más eficaces y menos cruentos.


Day decía además que se perseguían las ideas y que eso era sumamente peligroso. Argumentaba que la ley en su afán persecutorio de las ideas, se introducía en la vida privada, por penar a quien fuera sorprendido con elementos de propaganda de las conductas tipificadas, como si en realidad tuviera un explosivo peligroso en su casa.

Day cuestionaba también el hecho de sancionar el Congreso una ley que podría afectar la libertad de prensa, poniéndole injustificados límites. Preocupaba la persecución y el castigo por un delito de pensamiento o ideológico.

El Partido Intransigente advertía que con un clima de zozobra y pesimismo, creado deliberadamente a través de diversas formas, con acción psicológica y con la acción de las fuerzas del terrorismo y del crimen, se iría llevando al pueblo a distanciarse del gobierno, si no se reaccionaba a Tiempo.


A la oposición le preocupaba y mucho que la anunciada represión, en nombre de la ley y la Constitución se hiciera en medio del caos, o sembrando el caos; Portero remarcaba la gravedad que implicaba correr el riesgo de invocar, en determinado momento, que la represión se realizara no contra el pueblo, ni con el pueblo; lo grave sería que se llegase a decir que se realizaba por el pueblo. “Eso sería lo peor que le podría ocurrir a nuestra democracia y a nuestros intereses nacionales”. Había que tener entonces un gobierno que dominase la situación, resultaba imprescindible.

Desde el mismo Congreso se expresaba que el remedio no era únicamente legislativo; se decía que estaba bien dictar y votar leyes de protección, pero no leyes de este tipo. Algunos insistían que el remedio debía ser esencialmente político.

Era fundamental que se intentase enfrentar el avance de la escalada terrorista.

Se proponían medida positivas a ejecutar frente al terror y la violencia y se exigía que no se hicieran desde el gobierno diferencias arbitrarias, imputando como causal válida la adherencia o adscripción a ideologías; que no se estuviera esperando día a día conocer la identidad de la víctima para enjuiciar el crimen, en vez de estar todos juntos buscando y hurgando para encontrar al victimario; y se agregaba que, nunca habría lógica ni justicia en los resultados del atentado. Portero afirmaba que en la Argentina no se inspiraba seguridad al pueblo mediante la represión.

Balestra sostenía que “Los crímenes contra la humanidad , donde exista una degradada perversidad contra el género humano, tampoco encuentran justificativos en tiempos de gobiernos constitucionales o de facto. En definitiva, la violencia es repudiable en cualquiera de sus manifestaciones; y ésta ha de ser una actitud constante, porque de no ser así, corremos el riesgo de que en nombre de supuestas motivaciones políticas o ideológicas, se legitimen determinadas formas de crímenes contra la humanidad, alentando así a la comisión de estos crímenes contra ella en otro tiempo”. También requería que se formase conciencia de que no era válida la táctica o la estrategia política de alentar a los criminales atroces a cometer los más vandálicos crímenes aunque fueran en nombre del sagrado derecho de que el pueblo recuperase el gobierno de sus instituciones, “porque luego, cuando se pida a estos aliados vandálicos paz y orden, responderán con guerra y anarquía por cuanto su vida es el caos, su finalidad es la anarquía , y sus designios inconfesables, la destrucción de todo vestigio de nacionalidad”.

Por aquellas horas ya se conocía la noticia de otro hecho luctuoso, habían asesinado al Dr. Silvio Frondizi , se estaban cumpliendo algunos vaticinios.

Un matutino, de la capital, días atrás había elaborado una macabra estadística que se analizaba en el recinto. El diputado Marino insistía en que aquella ley nos iba a doler a todos; nos iba a doler en nuestra carne y en nuestra sangre, y agregaba “¡Ojalá que no nos duela en nuestros hijos!!!”

Otros legisladores repetían que no se sabía quien mataba y sí se sabía quién moría. Moyano reclamaba el escarmiento público en cabeza de quien fuera responsable auténtico de tanto delito impune; hablaba del estado de sitio en la República, medida que debía propiciar -decía- el Poder Ejecutivo, porque era el que estaba en condiciones de merituar si había llegado o no el momento de la suspensión de las garantías constitucionales.

En aquella reunión del 28 de septiembre del '74, se comentaba que, según declaraciones públicas del Ministro del Interior, éste entendía que no había llegado el tiempo aún de declarar el estado de sitio. Algunos se preguntaban si la Policía Federal y las policías provinciales estaban dotadas de recursos económicos y materiales y si estaban suficientemente respaldadas en su accionar.


Según Jesús Mira estábamos ante dos tipos de terrorismo, individual o de grupos, uno de la ultraizquierda, “que independientemente de los altos fines que preconiza, creemos que sirven para perturbar el proceso de liberación, e independientemente de la buena voluntad que pueden tener algunos jóvenes que equivocadamente participan en los hechos, pensamos que están sirviendo al enemigo que ellos desean combatir”; otro de la ultraderecha, “que asesina, que mata, que secuestra todos los días en las calles de Bs. As., actuando con una impunidad tremenda”. Prueba de ello –decía Mira- es el asesinato que se cometiera contra una conocida figura política argentina, el señor Silvio Frondizi, por parte de la A.A.A., organización que tiene amenazados también a muchos señores diputados. Estos grupos contaban con medios cuantiosos y con una impunidad que es difícil de explicar; sin embargo –señalaba el diputado del P.C.-, contra este terrorismo de derecha muy poco o nada se dice. El proyecto en discusión apuntaría, si se lo analizaba, a los grupos terroristas de ultraizquierda -sostenían algunos diputados-.

Observaba Pedrini que al mismo tiempo que de todos los sectores políticos con representación parlamentaria se repudiaban los hechos del terrorismo, se buscaba triturar y destruir, por todos los medios, el instrumento legal que pedía el Ejecutivo Nacional, para tratar de abatir aquellos hombres jóvenes que precisamente no provienen -agregaba- de la clase trabajadora, puesto que llevan apellidos pertenecientes tal vez a la pequeña o mediana burguesía hacia arriba, y que atentan contra las instituciones del país -y seguía diciendo el Presidente del bloque Justicialista- “el día de mañana, cuando caiga abatido por las balas asesinas alguno de los integrantes de esta Cámara, no quisiera ver lágrimas en los ojos de quienes no le dan al Poder Ejecutivo las medidas necesarias para reprimir este tipo de acciones. No tratemos de manotear las manijas del cajón del muerto y no hagamos discursos estentóreos y dramáticos lamentando la muerte de un diputado o de un senador nacional”. Terminaba diciendo, entre otras cosas, que la República estaba en guerra. Y además planteaba que no podía ser que todos los días personeros de la izquierda estuvieran asesinando a ciudadanos argentinos. Pedía definiciones claras, pedía terminar con el miedo, pedía que se votase esa ley enviada por el Ejecutivo. Aseguraba categóricamente que había miedo de votar aquella ley, y entonces decía que si había algo mejor que esa ley, que lo digan. “¡No queremos guitarreadas".
No sé qué les pasará a los demás, pero a mí me pasó que cuando leía algunos discursos, por momentos, me daba la impresión que en el Congreso había alguna pata de La Triple “A”; pero además sentí que, en ese mismo lugar habría hecho pie también la subversión.
Espero haberme equivocado en la impresión porque, de lo contrario, si esa sensación que tuve tiene algún asidero y si se confirmara, todos aquellos crímenes cometidos, por unos y por otros, habrían involucrado a la gran caja de resonancia de la democracia -que es el Congreso- y, por lo tanto, aquellos hechos impunes quedarían atrapados dentro de esa misteriosa caja de Pandora –el Terrorismo de Estado-; quedándonos como única esperanza un “NUNCA MÁS”, y el arrepentimiento.

Las ratas de Hamelin y los niños que se llevaron



A partir de ahora iremos viendo cómo se fue enrareciendo el clima político tras la muerte de José Ignacio Rucci; intentaremos hacer una autopsia de aquella democracia.

Importa conocer la procedencia de los diputados cuyas exposiciones representan la base del análisis, por lo que se agrega a continuación la nómina de legisladores citados y la tabla de abreviaturas que identifican a cada bloque.

La intención es transmitir posturas de los partidos políticos, y la única manera de hacerlo eficientemente, es recurrir a los debates parlamentarios.

Los pareceres de aquellos diputados reflejan la convicción de cada uno de ellos y, por lo tanto, sin todos atendibles aunque, obviamente, la materialización de algunas ideas hoy puede verse, a la distancia, como el germen del “proceso” que dirime la interna de un peronismo ambidiestro.

Prestemos atención a las denuncias de aquellos tiempos, muy especialmente, a los anuncios de entonces, a las predicciones y a la profecía escondida.


DIPUTADOS 1973-1975

ACEVEDO Carlos Luis BUENOS AIRES C. P.F.
AMAYA Mario Abel CHUBUT U. C. R.
ARANA Tomás Pedro BUENOS AIRES A. P.R
AUYERO Carlos Alberto BUENOS AIRES FREJULI
BALESTRA Ricardo Ramón CORRIENTES P. A. L. C.
BARBARO Julio Donato CAPITAL FEDERAL FREJULI
BENEDETTI Osvaldo Ernesto CAPITAL FEDERAL U. C. R.
BRITO LIMA Alberto BUENOS AIRES FREJULI
CALABRESE Pablo BUENOS AIRES FREJULI (M. I. D.)
CARDENAS Juan Carlos TUCUMAN V. F.
CITATI Angel BUENOS AIRES FREJULI
COMINGUEZ Juan Carlos CAPITAL FEDERAL A. P. R. (P. C.)
DAVICO Miguel Angel BUENOS AIRES FREJULI
DAY Alberto Ricardo MENDOZA U. C. R.
FALABELLA Francisco José BUENOS AIRES C. P. F.
FALU Ricardo Munir SALTA P.J.
FERNANDEZ BEDOYA Mariano FORMOSA U. C. R.
FERNANDEZ GILL Guillermo Carlos BUENOS AIRES A. P. F.
FERREYRA Jorge Washington ENTRE RIOS FREJULI (M. I. D.)
FONTE Carlos A. CAPITAL FEDERAL U. C. R.
GALLO Carlos Renato CAPITAL FEDERAL FREJULI
GALVAN Raúl Alfredo LA RIOJA U. C. R.
GARCIA Luis Antonio BUENOS AIRES FREJULI
GARRE Nilda Celia CAPITAL FEDERAL FREJULI
GASS Adolfo BUENOS AIRES U. C. R.
GRAU Mario Agustín BUENOS AIRES U. C. R.
GUZMAN María Cristina JUJUY M. P. J.
HARRINGTON Luis José D. BUENOS AIRES A. P. F.
INSUA Carlos Raúl BUENOS AIRES U. P.
ITURRIETA Aníbal A MISIONES FREJULI
LAZZARINI José Luis BUENOS AIRES FREJULI
LENCINA Luis Ascensión TUCUMAN U. C. R.
LOPEZ Horacio Fidel SANTA FE U. C. R.
LORENCES Mariano Rufino BUENOS AIRES A. P. R.
LUCENA Luis Arnaldo SANTIAGO DEL ESTERO FREJULI
MARINO Rafael Francisco BUENOS AIRES A. P. R.
MASSOLO Eduardo A R BUENOS AIRES U. C. R.
MAUHUM Fernando Hugo CORDOBA U. C. R.
MERCHENSKY Marcos BUENOS AIRES FREJULI (M. I. D.)
MIRA Jesús BUENOS AIRES P. C.
MOLINA Gilberto H. CORDOBA FREJULI (M. I. D.)
MOLINARI ROMERO Manuel Ernesto CORDOBA U. C. R.
MONSALVE Evaristo A SANTA FE D. P.
MORAL Angel SANTA FE D. P.
MOYANO Francisco J MENDOZA P. D.
MUSACCHIO Vicente Miguel BUENOS AIRES A. P. R. (P. I.)
NATALE Ricardo T. CAPITAL FEDERAL U. C. R.
PEDRINI Ferdinando CHACO FREJULI
PONCE Rodolfo Antonio BUENOS AIRES FREJULI
PORTERO Héctor BUENOS AIRES A. P. R.
PORTO Jesús Edelmiro BUENOS AIRES FREJULI
RABANAL Rubén Francisco CAPITAL FEDERAL U. C. R.
SALOMON Jorge ENTRE RIOS FREJULI
SANCHEZ TORANZO Nicasio TUCUMAN FREJULI
SANDLER Héctor Raúl CAPITAL FEDERAL A. P. R.
SUAREZ Leopoldo M MENDOZA U. C. R.
SUELDO Horacio Jorge BUENOS AIRES A. P. R. (P. D. C.)
STECCO Alberto Eleodoro CAPITAL FEDERAL FREJULI
TROCCOLI Antonio A BUENOS AIRES U. C. R.
TULA DURAN Joaquín SAN LUIS M. P. P. S. L.
VALENZUELA Héctor R SAN JUAN P. B.
VIALE Jorge Omar SANTA FE D. P.
VINTI Carmelo SANTA FE U. P.
ZAMANILLO José Miguel CORDOBA U. C. R.






Partidos políticos
Tabla de abreviaturas




























































































































Queda claro que lo que sigue no es más que una recopilación de opiniones que intenta graficar la realidad de los años `70.

El mérito de esta publicación no es precisamente el lenguaje literario que, por otra parte, mayormente no me pertenece.

Debo señalar que me he tomado una libertad, la licencia de evitar citas permanentes y entrecomillados continuos que dificultarían la lectura, y abortarían la idea de lograr una interacción con el lector. Si éste requiere, como así espero, conocer la relación texto-contexto, sólo debe consultar los Diarios de Sesiones de la H.C.D.

El único mérito radica en la memoria, en la investigación y en la relación buscada de algunos hechos y circunstancias.

Quiero señalar que, teniendo en cuenta el resultado de las elecciones del '73, y considerando que la fuerza política que ejercía el poder, lo hacía con el respaldo que le daban los votos de una abrumadora mayoría; bien se podría decir que, tal como estaba conformado el Parlamento de entonces, la voz de aquella Cámara de Diputados, de alguna manera era la voz del Pueblo que, ella, legítimamente representaba.

Ahora bien, una vez aclarado el criterio y el objetivo, sólo resta agregar que el único desafío sería averiguar, si ello interesa, desde dónde se dijo cada cosa que se dijo; ésta sería ya una tarea reservada exclusivamente al lector, que intente comprender cómo y por qué se inició, en el país, esa despiadada caza de brujas.

La intolerancia y la soberbia de ciertos políticos en democracia; el comportamiento tantas veces imprudente de algunos sectores de la sociedad civil, la indiferencia colectiva, el autoritarismo en sus variadas formas y expresiones, fueron generando el caos en la República y el cercenamiento de las libertades.

Las amenazas insistentes, el discurso permanente que calificaba el estado de "guerra" imperante en el país, el reclamo y la sed de venganza, la convocatoria sostenida y dirigida a las Fuerzas Armadas para que éstas actuasen y reprimiesen; reflejan el clima que antecede al 24 de marzo del '76. Desconocer esta realidad es ignorar que desde septiembre del '73 en adelante, varios de los legítimos representantes del pueblo requerían dar amplios poderes a las Fuerzas Armadas y de seguridad.

Cuántas veces el bloque oficialista habló de “terminar con las ratas que nos hieren y que no quieren la grandeza de nuestra patria”, mereciendo estas expresiones una ovación de los diputados que, puestos de pie, felicitan al orador que proponía hacer justicia contra quienes querían “el caos y la desesperación en la República Argentina”. Se hablaba de “madres” y de “hijos”, se referían a otras madres y a otros hijos.

Cuántas veces se habló del peligro que representaban los “enanos” que teníamos actuando dentro de nuestra patria. Cuántas veces se habló, en el Congreso, de aquellos “asesinos, enfermos mentales, idiotas útiles, excrementos de la sociedad, ratas sucias en su madriguera”. Cuantas veces se pidió “perseguir y matar como a ratas” a quienes “querían el caos y la desesperación en la República”. Este era el discurso.

Cuántas veces escuchamos "hasta cuándo", "hasta cuándo" y "hasta cuándo".

Desde 1973 se reiteraron sistemáticamente los reclamos tendientes a conseguir la intervención de las Fuerzas Armadas en la ejecución de operaciones militares a efectos de "aniquilar" el accionar de los elementos subversivos; esto en principio equivaldría a reducir a la nada, a destruir, arruinar; esto significaría deteriorar algo así como la salud o la hacienda, esto implicaría humillación y, en el marco de lo antes expuesto conllevaría, necesariamente, el esquivar las garantías individuales y los derechos humanos de los perseguidos, a quienes el diputado Davico calificó de “bestias”.

Con lo hasta aquí dicho, entiéndase bien, lejos de querer justificar los alcances de aquella represión, intento demostrar una responsabilidad compartida que trasciende a la Fuerzas Armadas; que alcanza y compromete, a una dirigencia política involucrada por acción u omisión, a una Justicia distraída y complaciente, a una Iglesia generalmente pasiva y dividida, a una prensa muchas veces contaminada, a una sociedad castigada, dormida a veces y a veces confundida.

Pero desde luego, hay diferentes grados de responsabilidad, y de eso se trata, de descubrir las distintas cuotas de responsabilidad, para ofrecerle a cada sector la porción de culpa que le corresponde, porque sólo de esta manera, si cada sector asume su responsabilidad y reconoce su culpa, estaremos seguros de llegar a la verdad, y así, desde la verdad, podremos evitar repetir este cruel pasaje de nuestra historia. Hagamos ahora el enorme esfuerzo de transitar, con una visión retrospectiva, aquellos oscuros laberintos.

Recordemos entonces cuando el presidente del bloque radical, Antonio Tróccoli señalaba, desde el Parlamento, la existencia de una “guerra sorda y subterránea”; cuando el diputado Balestra hablaba de la secuela de crímenes, secuestros y violencia generalizada en la República, que cobraba víctimas provenientes del sector militar, del civil, del sindical, del estudiantil, en definitiva, “eran todas víctimas del pueblo argentino”.

No olvidemos cuando Francisco Falabella decía que la patria argentina era mucha más grande que el terror, las balas, la impiedad y el miedo. Si eso se decía es porque eso sucedía. Pablo Calabrese denunciaba entonces que al movimiento nacional y al proyecto de reconstrucción nacional se le había declarado la guerra y en aquellos días Carlos Gallo responsabilizaba a la sinarquía internacional y se señalaba a alguna minoría ultraizquierdista que se habría convertido en un peligroso enemigo armado. Además, Gallo decía que los responsables de desatar ese clima de violencia eran suicidas, así como también aquellos que se dejasen seducir por la acción sin importarles las condiciones del país y sus consecuencias.

Se escuchaba en la Cámara de Diputados describir un clima de intranquilidad y de caos.
Citati acusaba a quienes se decían revolucionarios y defensores del pueblo y se les advertía que su ideología no tenía cabida dentro de una patria consagrada a sus propios valores. Este mismo diputado hablaba de aquellos “lobos” que pretendían ponerse “piel de cordero” para “exaltar falsas reivindicaciones y enarbolar un sucio trapo rojo como bandera”.

Ya en 1973 Héctor Portero advertía que esa violencia de entonces que intentaba infiltrarse como cosa diaria, podía llegar a generar un proceso incontrolable de reacciones en cadena, que día a día fueran sectorizando a la totalidad de nuestra sociedad. Reclamaba entonces dar respuestas a cada golpe de la provocación, del caos, del desorden, de lo antinacional y de lo antipopular, pero sin sembrar el odio.

En la misma Cámara se consideraba el riesgo cierto que afrontaba la República, viendo peligrar la existencia de auténticos niveles de representatividad, ya sea para conformar las instituciones, como para garantizar –decía el diputado Insúa- la actual estructura familiar, columna vertebral de la individualidad argentina. Éste denunciaba la existencia de un sector que pretendía acceder al poder por imperio de la violencia, para encasillar y subordinar a los diversos grupos humanos, integrantes de la Nación, a un oscuro imperialismo.

Insúa requería con firmeza erradicar a ese tipo de agrupamientos que intentaban medrar con la sociedad, imponiéndole condiciones de miedo colectivo y llenándola de descreimiento en el poder de sus auténticos conductores y de todas las instituciones republicanas.

Así repudiaban a los grupos sectarios que, según ellos, criticaban las dictaduras, pero propiciaban la tiranía; se decía que los mismos enjuiciaban la opresión, pero materializaban el crimen; que hablaban de la libertad, pero asesinaban a los oponentes.

Cabe señalar que todos estos conceptos, todos y cada una de estas frases así como también las que seguiremos analizando, fueron expuestas públicamente por representantes del pueblo, por nuestros diputados nacionales de aquel entonces.

Cuando se hablaba de estos grupos que usaban la agresión como metodología, se aclaraba que usaban, además, de la sombra y de la amenaza solapada y cobarde para existir y subsistir, y abusaban de la libertad y de la prudente actitud de la sociedad y sus instituciones para encarar riesgosas acciones, pero ante cualquier fracaso - se decía - reclaman presurosos el cumplimiento de la ley que atacan.

Se dijo con claridad y precisión en el recinto que correspondía al Gobierno Nacional la responsabilidad de calificar con máxima severidad a todo este tipo de organizaciones que no cabían dentro de la República, y también se dijo que los enunciados no eran remedio suficiente para contrarrestar la epidemia de violencia desatada.

Insúa reclamaba adoptar hasta las más extremas medidas tendientes a salvaguardar la seguridad de la República, de todos los habitantes de la patria y de sus instituciones...

El Frejuli aseguraba que se habían unido, en la más alta y diabólica traición y conjura elementos de ultraizquierdas y derechas; el diputado Ponce advirtía que los grupos enemigos estaban desde hace mucho tiempo identificados, entre otros, en algunos sectores de la prensa, a los que se acusó de ser parte de la instigación a la violencia.

Iturrieta hablaba de las sectas de izquierda y de derecha que intentaban quebrar y capitalizar para sí a la clase trabajadora, y se refería a las minorías reaccionarias ultraizquierdistas y derechistas y ante ellas gritaba: “Perón o muerte!”

Ya en septiembre del '73 preocupaba el clima de odio total que estaba flotando en la República.
Horacio Sueldo denunciaba una agresión a la cultura argentina, entendida como forma de sentir y de vivir;... y diagnosticaba que la Argentina estaba herida y quizá intoxicada en algún lugar del meollo de su ser; pretendía entonces adivinar hasta dónde alcanzaba el envenenamiento del espíritu nacional e invitaba a poner cada uno, cuanto pudiera de su parte, para erradicar la intolerancia, el espíritu de soberbia de mayoría o de resentimiento de minorías, el espíritu de imposición , de imperio de los unos sobre los otros, a fin de que la tan declamada reconstrucción y liberación nacionales puedan ser obra del aporte común de todos los sectores que aquí representamos- así dijo-, y de cuanta gente en el país quizá no se sienta representada por ninguno de nosotros ni por todos juntos. Por otra parte, ya en aquel primer tramo de la democracia Brito Lima advertía que, si los resortes materiales del Estado, las leyes y los aparatos de seguridad no lograban aquietar a los agresores, se empuñarían las armas para devastar a cualquier ejército, ya sea regular o irregular, que se enfrentase a la voluntad popular.

Ya se pronosticaba, para nuestro país, la llegada de días turbulentos.

Jesús Mira decía que el desorden y el caos eran caldo de cultivo para golpes de Estado.

Ya se anunciaba una guerra.

Algunos diputados optaron, lisa y llanamente, por "terminar con las ratas"; había que eliminarlas y alguien tenía que hacerlo. Se les ocurrió entonces que las Fuerzas Armadas debían realizar el mismo trabajo que aquel flautista de Hamelin, sin recordar, seguramente, el final del cuento. Por alguna misteriosa razón y coincidencia, el cuento se hizo realidad, y en nuestro país se hizo tragedia, y así como desaparecieron los niños de Hamelin, aquí desaparecieron muchos más; desaparecieron tantos chicos argentinos, que hoy todavía son buscados sin descanso por sus abuelas.

Todo esto nos obliga a reflexionar sobre la eventual responsabilidad de quienes, más allá de la autoría de los homicidios, torturas y secuestros; con sus actitudes y discursos apasionados y sin límites, generaron más miedo que esperanza.

Los excesos verbales por parte de aquellos que, frente al terrorismo político, desde lo institucional, enviaron un mensaje imprudente que proponía también matar y morir, como una especie de mística, los vincularía más allá de su voluntad, a los autores intelectuales y materiales de la represión sin límites, por el sólo hecho de haber activado el odio, pues no resulta sensato pensar que para desactivar una violencia se deba reclamar una revancha de semejante naturaleza y magnitud.

Los niños de Hamelin, según el viejo cuento clásico, finalmente regresaron felices a sus respectivos hogares, volvieron a encontrarse con sus familias; aquí y ahora seguimos esperando.
El diputado Ángel Moral apelaba a la cordura para que ésta reine nuevamente en nuestra tierra y no gima impotente ante la guerra desatada entre sus propios hijos; decía el legislador, “Un semejante igual a mi: más alto o más bajo; más joven o menos jóven; con mayor o menor actuación; más cercano o menos cercano. Si muere un semejante soy yo el que en parte muere. Si es atacado a mansalva, es a mí a quien atacan. Si él desaparece, soy yo el que está desapareciendo”.

También es verdad que varios legisladores consideraban que el liderazgo político importaba la responsabilidad de orientar y de esclarecer, y querían combatir a la criminalidad ideológica, mediante el convencimiento impuesto por la razón. Querían crear mecanismos compatibles con la idea de democracia, resguardando las garantías individuales.

Los radicales destacaban la necesidad de obrar con suma cautela, evaluando todos los factores en juego para encarar la reforma de la legislación penal. Decían que era necesario estudiar el asunto cuidadosamente para no borrar con el codo lo escrito con la mano. “El país es testigo de nuestra preocupación y de nuestras tareas, y no podemos defraudarlo”. El radicalismo se oponía a la reforma del código penal propuesta por el oficialismo y, si bien condenaba la violencia de la subversión, Fernández Bedoya advertía un contrasentido en la actitud del partido gobernante; la U.C.R. planteaba que no se le podía pedir al Congreso de la Nación leyes que repriman la violencia, los secuestros, los crímenes, las extorsiones y otros delitos, cuando por otra parte se era complaciente, o por lo menos indiferente frente a la existencias de “formaciones especiales”, verdaderas facciones armadas que operaban al margen de los carriles legales.

Stecco, como autoridad del bloque oficialista, reclamaba una ley fuerte para frenar los crímenes; se pronunciaba en contra de los secuestros, en contra de las bandas de asaltantes y de mercenarios extranjeros que –decía- habían asesinado a un alto jefe de las Fuerzas Armadas, pero que también asesinaron a un joven soldado que cumplía el servicio militar y a una mujer indefensa.

En el Parlamento se hablaba del uso de las armas para propósitos que eran extraños al quehacer nacional, por parte de aquéllos dedicados a otras causas que no respondían al interés de la Nación. Se referían reiteradamente a un sector mezquino que estaba en contra de los intereses del país; y se requería combatir la piratería y el pillaje.

El malestar crecía en el Congreso, se rechazaban acusaciones cruzadas; se sugería que allí se encontraban mercaderes que iban a rasgarse las vestiduras pensando en otra cosa. Se decía que llamaba la atención el hecho de que ciertos sectores se golpearan el pecho repudiando los crímenes y los secuestros, calificándolos de barbaridad, cuando a algunos de ellos les tocaba en carne propia.

En la Honorable Cámara se tributó un homenaje con motivo de la violencia desatada en Azul, homenaje que el entonces presidente de la Cámara rindió a las “víctimas inmoladas por el desborde pasional de una guerrilla insensible a la realidad de nuestro país”- estas últimas son palabras del diputado radical Carlos Fonte.

En aquella oportunidad, Fonte aseguraba que los delincuentes perseguían fines que iban a trastocar la realidad social, política e institucional del país; y agregaba que, por ese motivo esas organizaciones continuaron en enfrentamiento contra el gobierno, como lo habían hecho contra la dictadura.

Se necesitaba un aporte esclarecedor de la realidad política institucional que se vivía y del drama que a todos preocupaba, como consecuencia del desborde de la violencia.

Después del crimen perpetrado en la persona del Dr. Arturo Mor Roig, y en oportunidad de rendirle, la Cámara, homenaje a una víctima más, al Diputado Nacional Rodolfo Ortega Peña; desde el recinto se denunció un plan siniestro para derrumbar las instituciones de la República.
Massolo dijo entonces que en 1974 hacía falta el crimen, la violencia y el terrorismo para crear un clima de miedo, angustia y zozobra en todos los hogares y así poder mellar en lo más hondo la unidad indestructible de todo el pueblo argentino en torno a las instituciones fundamentales y los grandes objetivos nacionales.

La muerte, ese signo del terror y la violencia desatado sobre la Argentina golpeaba en el propio recinto del Congreso.

El tema de la violencia obligaba a meditar sobre la situación del país, a tomar conciencia de ella y de sus alcances. Merchensky afirmaba que no era suficiente la legislación represiva. La violencia crecía no obstante haber acordado tomar medidas drásticas para terminar con ella. La violencia seguía creciendo a pesar de haberse puesto en manos, supuestamente las más hábiles, el bagaje capaz de reprimir al terrorismo.

Pero de todos modos, la defensa y la seguridad de los argentinos seguían estando en riesgo, como quizá no lo habían estado nunca, en ningún momento de su historia-aseguraba Merchensky.
Valenzuela se preguntaba si el brutal atentado que dejaba una banca vacía en el Congreso sería el último. Pero también dudaba si frente a estos hechos cotidianos, los argentinos no nos estábamos insensibilizando ante el asesinato; se advertía que determinada violencia ya no conmocionaba como antes.

Otros se preguntaban ¿qué se pretendía con el terrorismo y los crímenes? ¿llevar a la Argentina a un callejón sin salida que justificase el golpe reaccionario, o provocar la guerra civil?

Jesús Mira señalaba la necesidad de frenar la escalada criminal constituyendo una amplia comisión investigadora de los atentados criminales y terroristas, para conocer abrumadores testimonios concretos, para descubrir a los autores e instigadores de aquellos crímenes.

Los diputados trataban de indagar las causas por las que desaparecía un legislador, un colega; se preguntaban ¿por qué?, ¿para qué? y ¿hasta cuándo?

Sin respuestas concretas, sin claridad, seguían sucediéndose aquellos hechos.

Seguía la orgía de sangre donde gremialistas, hombres de armas, políticos, sacerdotes, empresarios, servidores del orden, obreros y estudiantes de cualquier ideología, edad o condición social, pagaban el duro sacrificio que era el precio de la definición- según aseguraba el diputado Jorge Viale- y agregaba que estábamos frente a un torrente aluvional que pretendía dividir a los argentinos.

Para Balestra, la acción cruel, aberrante y despiadada de un grupo de inhumanos criminales, demostraba una vez más su desprecio por la Constitución, la ley y las instituciones de la democracia; sostenía que la violencia no se detenía en las diferencias ideológicas de sus víctimas; que todas eran propicias para sembrar el caos y la anarquía, carcomiendo así la vida institucional, como metas o etapas tal vez de un derrotero inconfesable.

Para ellos la violencia infame y criminal hacía pensar una vez más en la hondura de la crisis moral y espiritual que sacudía a la República. Esa violencia, según el diputado Sueldo, no podría nunca realizar una sociedad justa, ni siquiera abrir el camino hacia ella, sino que la empujaría por el despeñadero del fracaso, del caos y de las tiranías más abominables; decía entonces que era tremendo que tanta gente de un lado y del otro cometiera, aprobase, o tolerase actos en los que la vida ajena fuera sacrificada, fuera aplastada en la calle como si no valiera nada. Y lo más doloroso era que para mucha de esa gente - decía-, tampoco valía la vida propia.

Horacio Sueldo pensaba que algo profundamente malo estaba envenenando el torrente sanguíneo de la sociedad argentina, para haber llegado a ese punto que no era el final, que se suponía, ya entonces, era quizá uno de los mojones iniciales de un penoso camino.

Se reconocía la profundidad de la confusión en que se estaba sumergiendo a la República.

Se temía que la mera defensa de las instituciones, se fuera tornando un sonsonete sin eco popular; preocupaba en el Parlamento la impresión de no estar convencidos y de no poder convencer.

Varios pensaban que en ciertas capas populares estaban dando una penosa impresión, como sería la de defender privilegios de la clase política.

Mientras algunos diputados apostaban a la prudencia, otros decían, “no sea que estemos pecando de prudentes y la historia se nos venga encima sin que nos demos cuenta!”

Se preguntaban ¿Hasta cuándo seguirían despidiendo a sus difuntos, rivalizando en torneos de oratoria fúnebre?

Seguían preguntándose hasta cuándo.

Éstos veían el prestigio de la violencia criminal, prestigio para algunas mentes jóvenes y entonces reclamaban sacarlo de esas mentes, mediante una batalla psicológica, no de balas ni de cárceles, para ser desplazado por el prestigio de un cambio, profundo y acelerado, basado en coincidencias máximas.

Ellos sabían que se encontraban ante la anarquía de la violencia y suponían que se trataba de una guerra no declarada.

Se formulaban muchas preguntas y quizá teníanalgunas respuestas.