viernes, 7 de agosto de 2009

Las ratas de Hamelin y los niños que se llevaron



A partir de ahora iremos viendo cómo se fue enrareciendo el clima político tras la muerte de José Ignacio Rucci; intentaremos hacer una autopsia de aquella democracia.

Importa conocer la procedencia de los diputados cuyas exposiciones representan la base del análisis, por lo que se agrega a continuación la nómina de legisladores citados y la tabla de abreviaturas que identifican a cada bloque.

La intención es transmitir posturas de los partidos políticos, y la única manera de hacerlo eficientemente, es recurrir a los debates parlamentarios.

Los pareceres de aquellos diputados reflejan la convicción de cada uno de ellos y, por lo tanto, sin todos atendibles aunque, obviamente, la materialización de algunas ideas hoy puede verse, a la distancia, como el germen del “proceso” que dirime la interna de un peronismo ambidiestro.

Prestemos atención a las denuncias de aquellos tiempos, muy especialmente, a los anuncios de entonces, a las predicciones y a la profecía escondida.


DIPUTADOS 1973-1975

ACEVEDO Carlos Luis BUENOS AIRES C. P.F.
AMAYA Mario Abel CHUBUT U. C. R.
ARANA Tomás Pedro BUENOS AIRES A. P.R
AUYERO Carlos Alberto BUENOS AIRES FREJULI
BALESTRA Ricardo Ramón CORRIENTES P. A. L. C.
BARBARO Julio Donato CAPITAL FEDERAL FREJULI
BENEDETTI Osvaldo Ernesto CAPITAL FEDERAL U. C. R.
BRITO LIMA Alberto BUENOS AIRES FREJULI
CALABRESE Pablo BUENOS AIRES FREJULI (M. I. D.)
CARDENAS Juan Carlos TUCUMAN V. F.
CITATI Angel BUENOS AIRES FREJULI
COMINGUEZ Juan Carlos CAPITAL FEDERAL A. P. R. (P. C.)
DAVICO Miguel Angel BUENOS AIRES FREJULI
DAY Alberto Ricardo MENDOZA U. C. R.
FALABELLA Francisco José BUENOS AIRES C. P. F.
FALU Ricardo Munir SALTA P.J.
FERNANDEZ BEDOYA Mariano FORMOSA U. C. R.
FERNANDEZ GILL Guillermo Carlos BUENOS AIRES A. P. F.
FERREYRA Jorge Washington ENTRE RIOS FREJULI (M. I. D.)
FONTE Carlos A. CAPITAL FEDERAL U. C. R.
GALLO Carlos Renato CAPITAL FEDERAL FREJULI
GALVAN Raúl Alfredo LA RIOJA U. C. R.
GARCIA Luis Antonio BUENOS AIRES FREJULI
GARRE Nilda Celia CAPITAL FEDERAL FREJULI
GASS Adolfo BUENOS AIRES U. C. R.
GRAU Mario Agustín BUENOS AIRES U. C. R.
GUZMAN María Cristina JUJUY M. P. J.
HARRINGTON Luis José D. BUENOS AIRES A. P. F.
INSUA Carlos Raúl BUENOS AIRES U. P.
ITURRIETA Aníbal A MISIONES FREJULI
LAZZARINI José Luis BUENOS AIRES FREJULI
LENCINA Luis Ascensión TUCUMAN U. C. R.
LOPEZ Horacio Fidel SANTA FE U. C. R.
LORENCES Mariano Rufino BUENOS AIRES A. P. R.
LUCENA Luis Arnaldo SANTIAGO DEL ESTERO FREJULI
MARINO Rafael Francisco BUENOS AIRES A. P. R.
MASSOLO Eduardo A R BUENOS AIRES U. C. R.
MAUHUM Fernando Hugo CORDOBA U. C. R.
MERCHENSKY Marcos BUENOS AIRES FREJULI (M. I. D.)
MIRA Jesús BUENOS AIRES P. C.
MOLINA Gilberto H. CORDOBA FREJULI (M. I. D.)
MOLINARI ROMERO Manuel Ernesto CORDOBA U. C. R.
MONSALVE Evaristo A SANTA FE D. P.
MORAL Angel SANTA FE D. P.
MOYANO Francisco J MENDOZA P. D.
MUSACCHIO Vicente Miguel BUENOS AIRES A. P. R. (P. I.)
NATALE Ricardo T. CAPITAL FEDERAL U. C. R.
PEDRINI Ferdinando CHACO FREJULI
PONCE Rodolfo Antonio BUENOS AIRES FREJULI
PORTERO Héctor BUENOS AIRES A. P. R.
PORTO Jesús Edelmiro BUENOS AIRES FREJULI
RABANAL Rubén Francisco CAPITAL FEDERAL U. C. R.
SALOMON Jorge ENTRE RIOS FREJULI
SANCHEZ TORANZO Nicasio TUCUMAN FREJULI
SANDLER Héctor Raúl CAPITAL FEDERAL A. P. R.
SUAREZ Leopoldo M MENDOZA U. C. R.
SUELDO Horacio Jorge BUENOS AIRES A. P. R. (P. D. C.)
STECCO Alberto Eleodoro CAPITAL FEDERAL FREJULI
TROCCOLI Antonio A BUENOS AIRES U. C. R.
TULA DURAN Joaquín SAN LUIS M. P. P. S. L.
VALENZUELA Héctor R SAN JUAN P. B.
VIALE Jorge Omar SANTA FE D. P.
VINTI Carmelo SANTA FE U. P.
ZAMANILLO José Miguel CORDOBA U. C. R.






Partidos políticos
Tabla de abreviaturas




























































































































Queda claro que lo que sigue no es más que una recopilación de opiniones que intenta graficar la realidad de los años `70.

El mérito de esta publicación no es precisamente el lenguaje literario que, por otra parte, mayormente no me pertenece.

Debo señalar que me he tomado una libertad, la licencia de evitar citas permanentes y entrecomillados continuos que dificultarían la lectura, y abortarían la idea de lograr una interacción con el lector. Si éste requiere, como así espero, conocer la relación texto-contexto, sólo debe consultar los Diarios de Sesiones de la H.C.D.

El único mérito radica en la memoria, en la investigación y en la relación buscada de algunos hechos y circunstancias.

Quiero señalar que, teniendo en cuenta el resultado de las elecciones del '73, y considerando que la fuerza política que ejercía el poder, lo hacía con el respaldo que le daban los votos de una abrumadora mayoría; bien se podría decir que, tal como estaba conformado el Parlamento de entonces, la voz de aquella Cámara de Diputados, de alguna manera era la voz del Pueblo que, ella, legítimamente representaba.

Ahora bien, una vez aclarado el criterio y el objetivo, sólo resta agregar que el único desafío sería averiguar, si ello interesa, desde dónde se dijo cada cosa que se dijo; ésta sería ya una tarea reservada exclusivamente al lector, que intente comprender cómo y por qué se inició, en el país, esa despiadada caza de brujas.

La intolerancia y la soberbia de ciertos políticos en democracia; el comportamiento tantas veces imprudente de algunos sectores de la sociedad civil, la indiferencia colectiva, el autoritarismo en sus variadas formas y expresiones, fueron generando el caos en la República y el cercenamiento de las libertades.

Las amenazas insistentes, el discurso permanente que calificaba el estado de "guerra" imperante en el país, el reclamo y la sed de venganza, la convocatoria sostenida y dirigida a las Fuerzas Armadas para que éstas actuasen y reprimiesen; reflejan el clima que antecede al 24 de marzo del '76. Desconocer esta realidad es ignorar que desde septiembre del '73 en adelante, varios de los legítimos representantes del pueblo requerían dar amplios poderes a las Fuerzas Armadas y de seguridad.

Cuántas veces el bloque oficialista habló de “terminar con las ratas que nos hieren y que no quieren la grandeza de nuestra patria”, mereciendo estas expresiones una ovación de los diputados que, puestos de pie, felicitan al orador que proponía hacer justicia contra quienes querían “el caos y la desesperación en la República Argentina”. Se hablaba de “madres” y de “hijos”, se referían a otras madres y a otros hijos.

Cuántas veces se habló del peligro que representaban los “enanos” que teníamos actuando dentro de nuestra patria. Cuántas veces se habló, en el Congreso, de aquellos “asesinos, enfermos mentales, idiotas útiles, excrementos de la sociedad, ratas sucias en su madriguera”. Cuantas veces se pidió “perseguir y matar como a ratas” a quienes “querían el caos y la desesperación en la República”. Este era el discurso.

Cuántas veces escuchamos "hasta cuándo", "hasta cuándo" y "hasta cuándo".

Desde 1973 se reiteraron sistemáticamente los reclamos tendientes a conseguir la intervención de las Fuerzas Armadas en la ejecución de operaciones militares a efectos de "aniquilar" el accionar de los elementos subversivos; esto en principio equivaldría a reducir a la nada, a destruir, arruinar; esto significaría deteriorar algo así como la salud o la hacienda, esto implicaría humillación y, en el marco de lo antes expuesto conllevaría, necesariamente, el esquivar las garantías individuales y los derechos humanos de los perseguidos, a quienes el diputado Davico calificó de “bestias”.

Con lo hasta aquí dicho, entiéndase bien, lejos de querer justificar los alcances de aquella represión, intento demostrar una responsabilidad compartida que trasciende a la Fuerzas Armadas; que alcanza y compromete, a una dirigencia política involucrada por acción u omisión, a una Justicia distraída y complaciente, a una Iglesia generalmente pasiva y dividida, a una prensa muchas veces contaminada, a una sociedad castigada, dormida a veces y a veces confundida.

Pero desde luego, hay diferentes grados de responsabilidad, y de eso se trata, de descubrir las distintas cuotas de responsabilidad, para ofrecerle a cada sector la porción de culpa que le corresponde, porque sólo de esta manera, si cada sector asume su responsabilidad y reconoce su culpa, estaremos seguros de llegar a la verdad, y así, desde la verdad, podremos evitar repetir este cruel pasaje de nuestra historia. Hagamos ahora el enorme esfuerzo de transitar, con una visión retrospectiva, aquellos oscuros laberintos.

Recordemos entonces cuando el presidente del bloque radical, Antonio Tróccoli señalaba, desde el Parlamento, la existencia de una “guerra sorda y subterránea”; cuando el diputado Balestra hablaba de la secuela de crímenes, secuestros y violencia generalizada en la República, que cobraba víctimas provenientes del sector militar, del civil, del sindical, del estudiantil, en definitiva, “eran todas víctimas del pueblo argentino”.

No olvidemos cuando Francisco Falabella decía que la patria argentina era mucha más grande que el terror, las balas, la impiedad y el miedo. Si eso se decía es porque eso sucedía. Pablo Calabrese denunciaba entonces que al movimiento nacional y al proyecto de reconstrucción nacional se le había declarado la guerra y en aquellos días Carlos Gallo responsabilizaba a la sinarquía internacional y se señalaba a alguna minoría ultraizquierdista que se habría convertido en un peligroso enemigo armado. Además, Gallo decía que los responsables de desatar ese clima de violencia eran suicidas, así como también aquellos que se dejasen seducir por la acción sin importarles las condiciones del país y sus consecuencias.

Se escuchaba en la Cámara de Diputados describir un clima de intranquilidad y de caos.
Citati acusaba a quienes se decían revolucionarios y defensores del pueblo y se les advertía que su ideología no tenía cabida dentro de una patria consagrada a sus propios valores. Este mismo diputado hablaba de aquellos “lobos” que pretendían ponerse “piel de cordero” para “exaltar falsas reivindicaciones y enarbolar un sucio trapo rojo como bandera”.

Ya en 1973 Héctor Portero advertía que esa violencia de entonces que intentaba infiltrarse como cosa diaria, podía llegar a generar un proceso incontrolable de reacciones en cadena, que día a día fueran sectorizando a la totalidad de nuestra sociedad. Reclamaba entonces dar respuestas a cada golpe de la provocación, del caos, del desorden, de lo antinacional y de lo antipopular, pero sin sembrar el odio.

En la misma Cámara se consideraba el riesgo cierto que afrontaba la República, viendo peligrar la existencia de auténticos niveles de representatividad, ya sea para conformar las instituciones, como para garantizar –decía el diputado Insúa- la actual estructura familiar, columna vertebral de la individualidad argentina. Éste denunciaba la existencia de un sector que pretendía acceder al poder por imperio de la violencia, para encasillar y subordinar a los diversos grupos humanos, integrantes de la Nación, a un oscuro imperialismo.

Insúa requería con firmeza erradicar a ese tipo de agrupamientos que intentaban medrar con la sociedad, imponiéndole condiciones de miedo colectivo y llenándola de descreimiento en el poder de sus auténticos conductores y de todas las instituciones republicanas.

Así repudiaban a los grupos sectarios que, según ellos, criticaban las dictaduras, pero propiciaban la tiranía; se decía que los mismos enjuiciaban la opresión, pero materializaban el crimen; que hablaban de la libertad, pero asesinaban a los oponentes.

Cabe señalar que todos estos conceptos, todos y cada una de estas frases así como también las que seguiremos analizando, fueron expuestas públicamente por representantes del pueblo, por nuestros diputados nacionales de aquel entonces.

Cuando se hablaba de estos grupos que usaban la agresión como metodología, se aclaraba que usaban, además, de la sombra y de la amenaza solapada y cobarde para existir y subsistir, y abusaban de la libertad y de la prudente actitud de la sociedad y sus instituciones para encarar riesgosas acciones, pero ante cualquier fracaso - se decía - reclaman presurosos el cumplimiento de la ley que atacan.

Se dijo con claridad y precisión en el recinto que correspondía al Gobierno Nacional la responsabilidad de calificar con máxima severidad a todo este tipo de organizaciones que no cabían dentro de la República, y también se dijo que los enunciados no eran remedio suficiente para contrarrestar la epidemia de violencia desatada.

Insúa reclamaba adoptar hasta las más extremas medidas tendientes a salvaguardar la seguridad de la República, de todos los habitantes de la patria y de sus instituciones...

El Frejuli aseguraba que se habían unido, en la más alta y diabólica traición y conjura elementos de ultraizquierdas y derechas; el diputado Ponce advirtía que los grupos enemigos estaban desde hace mucho tiempo identificados, entre otros, en algunos sectores de la prensa, a los que se acusó de ser parte de la instigación a la violencia.

Iturrieta hablaba de las sectas de izquierda y de derecha que intentaban quebrar y capitalizar para sí a la clase trabajadora, y se refería a las minorías reaccionarias ultraizquierdistas y derechistas y ante ellas gritaba: “Perón o muerte!”

Ya en septiembre del '73 preocupaba el clima de odio total que estaba flotando en la República.
Horacio Sueldo denunciaba una agresión a la cultura argentina, entendida como forma de sentir y de vivir;... y diagnosticaba que la Argentina estaba herida y quizá intoxicada en algún lugar del meollo de su ser; pretendía entonces adivinar hasta dónde alcanzaba el envenenamiento del espíritu nacional e invitaba a poner cada uno, cuanto pudiera de su parte, para erradicar la intolerancia, el espíritu de soberbia de mayoría o de resentimiento de minorías, el espíritu de imposición , de imperio de los unos sobre los otros, a fin de que la tan declamada reconstrucción y liberación nacionales puedan ser obra del aporte común de todos los sectores que aquí representamos- así dijo-, y de cuanta gente en el país quizá no se sienta representada por ninguno de nosotros ni por todos juntos. Por otra parte, ya en aquel primer tramo de la democracia Brito Lima advertía que, si los resortes materiales del Estado, las leyes y los aparatos de seguridad no lograban aquietar a los agresores, se empuñarían las armas para devastar a cualquier ejército, ya sea regular o irregular, que se enfrentase a la voluntad popular.

Ya se pronosticaba, para nuestro país, la llegada de días turbulentos.

Jesús Mira decía que el desorden y el caos eran caldo de cultivo para golpes de Estado.

Ya se anunciaba una guerra.

Algunos diputados optaron, lisa y llanamente, por "terminar con las ratas"; había que eliminarlas y alguien tenía que hacerlo. Se les ocurrió entonces que las Fuerzas Armadas debían realizar el mismo trabajo que aquel flautista de Hamelin, sin recordar, seguramente, el final del cuento. Por alguna misteriosa razón y coincidencia, el cuento se hizo realidad, y en nuestro país se hizo tragedia, y así como desaparecieron los niños de Hamelin, aquí desaparecieron muchos más; desaparecieron tantos chicos argentinos, que hoy todavía son buscados sin descanso por sus abuelas.

Todo esto nos obliga a reflexionar sobre la eventual responsabilidad de quienes, más allá de la autoría de los homicidios, torturas y secuestros; con sus actitudes y discursos apasionados y sin límites, generaron más miedo que esperanza.

Los excesos verbales por parte de aquellos que, frente al terrorismo político, desde lo institucional, enviaron un mensaje imprudente que proponía también matar y morir, como una especie de mística, los vincularía más allá de su voluntad, a los autores intelectuales y materiales de la represión sin límites, por el sólo hecho de haber activado el odio, pues no resulta sensato pensar que para desactivar una violencia se deba reclamar una revancha de semejante naturaleza y magnitud.

Los niños de Hamelin, según el viejo cuento clásico, finalmente regresaron felices a sus respectivos hogares, volvieron a encontrarse con sus familias; aquí y ahora seguimos esperando.
El diputado Ángel Moral apelaba a la cordura para que ésta reine nuevamente en nuestra tierra y no gima impotente ante la guerra desatada entre sus propios hijos; decía el legislador, “Un semejante igual a mi: más alto o más bajo; más joven o menos jóven; con mayor o menor actuación; más cercano o menos cercano. Si muere un semejante soy yo el que en parte muere. Si es atacado a mansalva, es a mí a quien atacan. Si él desaparece, soy yo el que está desapareciendo”.

También es verdad que varios legisladores consideraban que el liderazgo político importaba la responsabilidad de orientar y de esclarecer, y querían combatir a la criminalidad ideológica, mediante el convencimiento impuesto por la razón. Querían crear mecanismos compatibles con la idea de democracia, resguardando las garantías individuales.

Los radicales destacaban la necesidad de obrar con suma cautela, evaluando todos los factores en juego para encarar la reforma de la legislación penal. Decían que era necesario estudiar el asunto cuidadosamente para no borrar con el codo lo escrito con la mano. “El país es testigo de nuestra preocupación y de nuestras tareas, y no podemos defraudarlo”. El radicalismo se oponía a la reforma del código penal propuesta por el oficialismo y, si bien condenaba la violencia de la subversión, Fernández Bedoya advertía un contrasentido en la actitud del partido gobernante; la U.C.R. planteaba que no se le podía pedir al Congreso de la Nación leyes que repriman la violencia, los secuestros, los crímenes, las extorsiones y otros delitos, cuando por otra parte se era complaciente, o por lo menos indiferente frente a la existencias de “formaciones especiales”, verdaderas facciones armadas que operaban al margen de los carriles legales.

Stecco, como autoridad del bloque oficialista, reclamaba una ley fuerte para frenar los crímenes; se pronunciaba en contra de los secuestros, en contra de las bandas de asaltantes y de mercenarios extranjeros que –decía- habían asesinado a un alto jefe de las Fuerzas Armadas, pero que también asesinaron a un joven soldado que cumplía el servicio militar y a una mujer indefensa.

En el Parlamento se hablaba del uso de las armas para propósitos que eran extraños al quehacer nacional, por parte de aquéllos dedicados a otras causas que no respondían al interés de la Nación. Se referían reiteradamente a un sector mezquino que estaba en contra de los intereses del país; y se requería combatir la piratería y el pillaje.

El malestar crecía en el Congreso, se rechazaban acusaciones cruzadas; se sugería que allí se encontraban mercaderes que iban a rasgarse las vestiduras pensando en otra cosa. Se decía que llamaba la atención el hecho de que ciertos sectores se golpearan el pecho repudiando los crímenes y los secuestros, calificándolos de barbaridad, cuando a algunos de ellos les tocaba en carne propia.

En la Honorable Cámara se tributó un homenaje con motivo de la violencia desatada en Azul, homenaje que el entonces presidente de la Cámara rindió a las “víctimas inmoladas por el desborde pasional de una guerrilla insensible a la realidad de nuestro país”- estas últimas son palabras del diputado radical Carlos Fonte.

En aquella oportunidad, Fonte aseguraba que los delincuentes perseguían fines que iban a trastocar la realidad social, política e institucional del país; y agregaba que, por ese motivo esas organizaciones continuaron en enfrentamiento contra el gobierno, como lo habían hecho contra la dictadura.

Se necesitaba un aporte esclarecedor de la realidad política institucional que se vivía y del drama que a todos preocupaba, como consecuencia del desborde de la violencia.

Después del crimen perpetrado en la persona del Dr. Arturo Mor Roig, y en oportunidad de rendirle, la Cámara, homenaje a una víctima más, al Diputado Nacional Rodolfo Ortega Peña; desde el recinto se denunció un plan siniestro para derrumbar las instituciones de la República.
Massolo dijo entonces que en 1974 hacía falta el crimen, la violencia y el terrorismo para crear un clima de miedo, angustia y zozobra en todos los hogares y así poder mellar en lo más hondo la unidad indestructible de todo el pueblo argentino en torno a las instituciones fundamentales y los grandes objetivos nacionales.

La muerte, ese signo del terror y la violencia desatado sobre la Argentina golpeaba en el propio recinto del Congreso.

El tema de la violencia obligaba a meditar sobre la situación del país, a tomar conciencia de ella y de sus alcances. Merchensky afirmaba que no era suficiente la legislación represiva. La violencia crecía no obstante haber acordado tomar medidas drásticas para terminar con ella. La violencia seguía creciendo a pesar de haberse puesto en manos, supuestamente las más hábiles, el bagaje capaz de reprimir al terrorismo.

Pero de todos modos, la defensa y la seguridad de los argentinos seguían estando en riesgo, como quizá no lo habían estado nunca, en ningún momento de su historia-aseguraba Merchensky.
Valenzuela se preguntaba si el brutal atentado que dejaba una banca vacía en el Congreso sería el último. Pero también dudaba si frente a estos hechos cotidianos, los argentinos no nos estábamos insensibilizando ante el asesinato; se advertía que determinada violencia ya no conmocionaba como antes.

Otros se preguntaban ¿qué se pretendía con el terrorismo y los crímenes? ¿llevar a la Argentina a un callejón sin salida que justificase el golpe reaccionario, o provocar la guerra civil?

Jesús Mira señalaba la necesidad de frenar la escalada criminal constituyendo una amplia comisión investigadora de los atentados criminales y terroristas, para conocer abrumadores testimonios concretos, para descubrir a los autores e instigadores de aquellos crímenes.

Los diputados trataban de indagar las causas por las que desaparecía un legislador, un colega; se preguntaban ¿por qué?, ¿para qué? y ¿hasta cuándo?

Sin respuestas concretas, sin claridad, seguían sucediéndose aquellos hechos.

Seguía la orgía de sangre donde gremialistas, hombres de armas, políticos, sacerdotes, empresarios, servidores del orden, obreros y estudiantes de cualquier ideología, edad o condición social, pagaban el duro sacrificio que era el precio de la definición- según aseguraba el diputado Jorge Viale- y agregaba que estábamos frente a un torrente aluvional que pretendía dividir a los argentinos.

Para Balestra, la acción cruel, aberrante y despiadada de un grupo de inhumanos criminales, demostraba una vez más su desprecio por la Constitución, la ley y las instituciones de la democracia; sostenía que la violencia no se detenía en las diferencias ideológicas de sus víctimas; que todas eran propicias para sembrar el caos y la anarquía, carcomiendo así la vida institucional, como metas o etapas tal vez de un derrotero inconfesable.

Para ellos la violencia infame y criminal hacía pensar una vez más en la hondura de la crisis moral y espiritual que sacudía a la República. Esa violencia, según el diputado Sueldo, no podría nunca realizar una sociedad justa, ni siquiera abrir el camino hacia ella, sino que la empujaría por el despeñadero del fracaso, del caos y de las tiranías más abominables; decía entonces que era tremendo que tanta gente de un lado y del otro cometiera, aprobase, o tolerase actos en los que la vida ajena fuera sacrificada, fuera aplastada en la calle como si no valiera nada. Y lo más doloroso era que para mucha de esa gente - decía-, tampoco valía la vida propia.

Horacio Sueldo pensaba que algo profundamente malo estaba envenenando el torrente sanguíneo de la sociedad argentina, para haber llegado a ese punto que no era el final, que se suponía, ya entonces, era quizá uno de los mojones iniciales de un penoso camino.

Se reconocía la profundidad de la confusión en que se estaba sumergiendo a la República.

Se temía que la mera defensa de las instituciones, se fuera tornando un sonsonete sin eco popular; preocupaba en el Parlamento la impresión de no estar convencidos y de no poder convencer.

Varios pensaban que en ciertas capas populares estaban dando una penosa impresión, como sería la de defender privilegios de la clase política.

Mientras algunos diputados apostaban a la prudencia, otros decían, “no sea que estemos pecando de prudentes y la historia se nos venga encima sin que nos demos cuenta!”

Se preguntaban ¿Hasta cuándo seguirían despidiendo a sus difuntos, rivalizando en torneos de oratoria fúnebre?

Seguían preguntándose hasta cuándo.

Éstos veían el prestigio de la violencia criminal, prestigio para algunas mentes jóvenes y entonces reclamaban sacarlo de esas mentes, mediante una batalla psicológica, no de balas ni de cárceles, para ser desplazado por el prestigio de un cambio, profundo y acelerado, basado en coincidencias máximas.

Ellos sabían que se encontraban ante la anarquía de la violencia y suponían que se trataba de una guerra no declarada.

Se formulaban muchas preguntas y quizá teníanalgunas respuestas.






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